Hace poco me comentó un alumno que ya podía pasar el día entero en el trabajo sin que le doliera la espalda. Dado su historia reciente, él no lo hubiera creído posible hace relativamente poco. Estaba encantado y muy agradecido.
Daba la casualidad de que el día anterior otro alumno me había dicho lo mismo. Me hizo algo de gracia ya que sus trabajos no podrían ser más distintos: uno pasa el día sentado delante de un ordenador, mientras el otro está de pie realizando un trabajo físico bastante duro.


Lo interesante de todo esto es que, lo cual sorprende a los no iniciados, el trabajo que había realizado con los dos había sido esencialmente el mismo.
Puede chocar al principio ver la forma de trabajar de un profesor de la Técnica. Parece que tratamos a todo el mundo igual, haciendo las mismas pocas cosas con todos. ¿No sería mejor tratar los problemas individuales de la gente?
Aunque el profesor diría (con toda la razón del mundo) que ninguna clase es igual a otra, sí que es cierto que, a grandes rasgos, las clases se asemejan mucho entre sí.
La idea preconcebida de que los profesores de la Técnica trataríamos de forma muy distinta a una persona con un problema de rodilla, digamos, de una con un problema de hombro se basa en la suposición de que la Técnica es un especie de tratamiento. Si fuera así, pues claro que habrá que tratar cada persona de forma distinta, según lo que hiciera falta tratar.
No obstante, la Técnica no es un tratamiento sino un proceso educativo, y lo que tiene que aprender cada uno es esencialmente lo mismo: cómo dejar de interferir con sus mecanismos naturales, es decir, cómo hacer un buen uso de sí mismos.
Me voy a explicar un poco más. El proceso de inhibición, evitar nuestra reacción inmediata a un estímulo de hacer algo, es el mismo para todos. El mecanismo postural es lo mismo. El método indirecto no cambia según lo que se aqueja uno. Las direcciones no cambien de persona en persona. Es decir, en el nivel en que funciona la Técnica Alexander, todos los problemas son uno: una falta de control de cómo reaccionamos ante los estímulos de la vida.
Otro motivo para empezar con clases de la Técnica es para mejorar nuestro rendimiento en distintas actividades –tocar un instrumento musical, una actividad deportiva, etc. Incluso en estas circunstancia las clases siguen más o menos igual que para cualquier otra persona, ya que no enseñamos cómo hacer las cosas, sino cómo estar mientras hacemos las cosas. Este “cómo estar” se consigue por el mismo camino, independientemente del problema o área de interés del alumno. Por este motivo, no hacía falta enseñar a mi alumno que trabaja en una oficina cosas distintas a las que le enseño a mi alumno del trabajo físico.

Ahora bien, pocos alumnos entienden esto al principio. Es común que preguntan cómo deben hacer esto o lo otro, cual es la postura correcta para una actividad concreta, etc. Y a veces, sí que hago algo específico con ellos. Sin embargo, el propósito de esta actividad es demostrarles cómo, a fin de cuentas, la Técnica Alexander es la misma, independientemente del problema que tenga uno o la actividad que se pretende realizar. De esta forma, van paulatinamente comprendiendo cómo aplicar la Técnica a todo lo que hacen, lo cual les hace autónomos. Ya no sienten la necesidad de preguntarme sobre cada cosa que pretenden hacer.
Dado nuestra poca experiencia con el aprendizaje global, algunas personas pueden llevar la impresión de que la Técnica no es muy dinámica, y que, debido a sus necesidades, quizá no les va a ayudar. Me refiero a bailarinas o deportistas por ejemplo. Este malentendido se aclara si recordamos que aprender la Técnica es una cosa, aplicarla es otra. Una vez que controlamos la Técnica, podemos aplicarla a todo lo que hacemos, desde lo más sencillo hasta lo más complicado y exigente.
Volviendo a mis dos alumnos entonces, ¿Qué es lo que había hecho para ayudarles? ¿Qué es lo que había hecho para preparar cada uno para su trabajo tan distinto al del otro? Pues, resulta que exactamente lo mismo: les había enseñado la Técnica Alexander.
Estimado Simon:
Soy una beneficiaria «secundaria» de tus enseñanzas. Mi marido es alumno tuyo y gracias a los conocimientos que le has transmitido ha podido recuperar el control de su vida, disminuir casi del todo su consumo de medicación para el dolor, trabajar y disfrutar del poco tiempo libre que le queda.
Gracias con todo mi corazón,
Sonia
Hola Sonia:
Gracias por comentar tus experiencias secundarias de mi trabajo. Es fácil olvidar de como las dificultades de uno afecta a los que le rodea, y me alegra mucho pensar en hasta dónde llega los efectos de mi trabajo.
¡Pero no olvidemos del trabajo de tu marido! Mi enseñanza sirve de poco si el alumno no pone de su parte, y tu marido desde luego ha sido, y sigue siendo, un alumno muy entregado.