He hablado en otros ocasiones sobre el concepto del no-hacer y hace poco tuve la oportunidad de demostrar a un alumno su significado práctico. Podría servir como una buena ilustración.
¿Qué pasó?
Le pillé al alumno subiendo las escaleras camino a clase …
Estaba muy (muy) concentrado, intentando subir las escaleras de forma ‘correcta’. Tan concentrado, de hecho, que ni siquiera se dio cuenta de mi presencia. Yo, en cambio, fui alertado a su llegada mucho antes de verle. ¡Se escuchaba sus pasos por todo el edificio! Estaba pisando como si tuviera intención de romperme las escaleras.
Le pregunté si se había dado cuenta del ruido que hacía. Resultó que no. Estaba tan ‘concentrado’ que no tenía la menor idea. Me dijo que había estado intentando subir sin esfuerzo y me confesó que no lo estaba consiguiendo. Le sugerí que la próxima vez que lo intentara, que probara una cosa muy sencilla: escucharse mientras deseara pisar sin ruido.
Lo importante era que se limitara sólo a esto, a escucharse mientras deseara pisar si ruido. Que no intentara cambiar nada, que no hiciera nada en especial.
Llegó a la próxima clase muy sorprendido. Me dijo que ya no le costaba subir escaleras.
El problema
Su dificultad a la hora de llevar a cabo su intención se debía principalmente a un planteamiento equivocado. Había dado por sentado que subir las escaleras sin esfuerzo sería cuestión hacer más o menos lo que había hecho siempre, pero esta vez ‘sin esfuerzo’.
Hay muchos problemas con este planteamiento. Obviamente, se necesita algo de esfuerzo para subir escaleras. Todos tenemos peso y este peso no se sube las escaleras solo. Así que es más bien una cuestión de cuánto esfuerzo. Después, hay que tener en cuenta que tenemos unos 600+ músculos esqueléticos. No sólo es cuestión de cuánto esfuerzo, sino de la correcta distribución de este esfuerzo.
Pero todavía no tenemos una solución porque incluso si supiéramos cuánto esfuerzo fuera necesario y la mejor manera de repartirlo, no tenemos una forma de saber si lo estamos haciendo o no. Tenemos una sensación del esfuerzo que estamos usando, por supuesto, pero este registro no suele ser muy fiable. Si lo fuera, ¡no tendríamos el problema del exceso de esfuerzo!
Otro factor muy importante a tener en cuenta es que para hacer algo nuevo, es necesario (lógicamente) hacer algo nuevo. Sin embargo, nuestros hábitos distorsionan nuestra apreciación sensorial (link), y esto no sólo afecta nuestra percepción de lo que estamos haciendo, sino también nuestra concepción de lo que podemos y lo que deberíamos hacer.
En este caso, en su intento de subir las escaleras sin esfuerzo, lo que estaba haciendo era ‘relajarse’, o sea, apagar en gran medida el mecanismo de sostén postural. Él imaginaba que subir las escaleras sin esfuerzo sentiría como está relajado, y por tanto se relajó. El efecto inmediato de esto era que se hizo muy pesado (y por tanto sus pasos tan sonoros) lo cual le obligó a utilizar primero, mucho esfuerzo extra, de partes del cuerpo no los más indicados, para sostenerse (¡si no, se caería!), y segundo, mucho esfuerzo para arrastrar un peso muerto por las escaleras.
La solución
Mi sugerencia, aparentemente sencilla, suponía un cambio radical de planteamiento. Para empezar, cambiamos su guía habitual (la sensación) por algo nuevo (el sonido que hacía al subir las escaleras), un criterio mucho más objetivo de la eficacia con que las subía. Enfocar en el sonido de sus pasos le permitió prestar atención a la calidad del movimiento, sin tener que guiarse por la sensación engañosa.
Sin embargo, la diferencia más importante era la aplicación del no-hacer. No pedí que ‘intentara’ hacer menos ruido, ni mucho menos que ‘se esforzara’ a hacer menos ruido. No quería que hiciera nada. Simplemente pedí que se escuchara con el deseo de que hiciera menos ruido. Estar ‘distraído’ de la sensación (su guía y control habitual) permitió que su mecanismo postural funcionara sin la interferencia que él habitualmente imponía a si mismo. Por lo tanto, subir las escaleras se convirtió en una tarea relativamente sencilla. ¡Intentar ‘hacer’ menos ruido habría sido tanto un fracaso como intentar ‘hacer’ menos esfuerzo!
Me explicaré con otro ejemplo. Cuando me levanto pronto por la mañana y no quiero despertar a los que sigan dormidos, si me esfuerzo por hacer poco ruido, seguro que tiro todo. La ansiedad y la tensión que habría creado en mi mismo me entorpecería. Por el contrario, si simplemente me limito a escuchar tranquilamente, consciente de que deseo hacer el mínimo de ruido posible, la experiencia es muy diferente, tanto para mi como los que se están durmiendo.
Al final, mi alumno consiguió subir las escaleras sin sensación de esfuerzo (aunque obviamente estaba usando algo de esfuerzo) no por un intento directo de usar menos esfuerzo, sino por medio de vigilar el sonido de sus pasos (un criterio objetivo) con una buena dosis de no-hacer.
La combinación de ideas claras y atención dio lugar a un cambio que nunca habría conseguido empeñándose en hacerlo ‘sin esfuerzo’. Los cambios necesarios eran tantos, tan sutiles y tan interrelacionados que cualquier intento de hacerlo directamente habría fracasado.
Nota: Con el único motivo de que me hace gracia el recuerdo, os cuento una anécdota de mi hija de cuando tenía unos 3 añitos. Saliendo por las escaleras del Metro, nos adelantó un chaval que parecía querer empujar las escaleras hasta el centro de la tierra. Le había llamado la atención a mi hija.
—Papá, ¡a que tu y yo no hacemos mucho ruido cuando subimos escaleras!
—Pues no, hijita, no lo hacemos.
Deja una respuesta