Existe cierto tipo de alumno a quien le atrae de inmediato la teoría de la Técnica Alexander. Se pone a leer todo que encuentre y empieza a creer que entienda lo que ha leído. El problema es que su ‘comprensión’ teórica va muy por delante de su experiencia real de la Técnica y su capacidad de ponerla en práctica. Está en su cabeza pero no en su cuerpo. Es inevitable que termina con las ideas muy confusas, no por falta de inteligencia, sino por su falta de experiencia, o más concretamente, porque no ha tenido oportunidad suficiente para contrastar su comprensión teórica con la experiencia.
Si describo mi ciudad natal, Sydney*, a un grupo de personas, cada uno va a formar una imagen distinta en su cabeza, según su experiencia de ella. Algunos habrán estado allí, otros habrán visto algo en la tele o alguna foto. Otros no sabrán algo de otras ciudades costeras, u otras ciudades que, por el motivo que sea, creen que tendrán algún parecido con Sydney. Algunos no sabrán casi nada. (¡Aunque parece increíble, una persona adulta me preguntó una vez si Australia tenía playas!) Lo mismo sucede cuando recibimos información sobre la Técnica Alexander. Cuanto menos experiencia, menos probabilidad de que acertemos.
Que no entendamos ideas nuevas de inmediato no es un problema, es de esperar. Los problemas surgen cuando vamos apilando malentendidos encima de malentendidos. Además, es común que los que han dedicado mucho tiempo a la lectura son los menos dispuestos a abandonar las ideas erróneas que han formado. Hay que entrar en la clase con los ojos abiertos, digamos, para recibir las nuevas experiencias y empezar a entenderlas y poder repetirlas. Cualquier idea fija va a ser un impedimento al aprendizaje. Es más, los libros sobre la Técnica sólo pueden tratar generalidades y no las dificultades de individuos. La sobre-lectura a menudo lleva a una situación en la cual el alumno no ‘oye’ los comentarios e indicaciones individualizados de su profesor porque se está agarrando ideas generales malentendidas.
Cuentan que Alexander insistía en que todos los que deseaban tomar clases con él leyese por lo menos uno de sus libros antes de empezar. Él supuso que así se ahorraría tiempo porque no tendría que explicárselo todo al nuevo alumno, ya que estaría familiarizado con las ideas que subyacen la Técnica. Lo que descubrió fue que, más bien, le suponía mucho más trabajo porque tenía que quitarles de la cabeza su comprensión equivocada de estas ideas antes de poder empezar a enseñarles. ¡Lo más frustrante fue que algunos se empeñaban en que ellos tenían razón y que fue Alexander quien se equivocaba!
¿La solución? No dejar que nuestra comprensión teórica va muy por delante de nuestra experiencia real de la Técnica: las clases y nuestros intentos de poner lo aprendido en práctica. Es también importante que no nos casemos con nuestra primera impresión de estas ideas y experiencias nuevas. Los adultos somos acostumbrados a aprender cosas en el abstracto pero la Técnica es, ante todo, una técnica práctica. Su utilidad es la ayuda que no pueda aportar en situaciones reales de la vida más que estimular debates filosóficos (por muy interesantes que las ideas nos puedan resultar). El aprendizaje real va de la mano de la experiencia. Por tanto, cuando leemos sobre la Técnica, hace falta leer con mucho cuidado, reflexionar sobre lo que hemos leído a la luz de nuestra propia experiencia (más que en otras cosas que hemos leído), y sobre todo, poner las ideas a prueba. Si adoptamos este enfoque, nos equivocaremos menos y durante menos tiempo.¡Nuestra lectura facilitará el aprendizaje, no estorbarlo!
* A pesar de que pretendo ser lo más cuidadoso posible con el castellano, me es imposible escribir ‘Sydney’ con i latina después de la ‘s’. ¡Lo siento!
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