Me han sugerido que, mientras De pelotas, posturas y consejitos hace una buena crítica de artículos superficiales y/o poco razonados sobre cómo sentarse en una silla, proporciona poco en cuanto a alternativas. Esto no fue el propósito del artículo, aunque hay una alternativa implícita en él: aprender y aplicar la Técnica Alexander. Los pasos concretos a seguir son mucho más fáciles a demostrar que poner por escrito, dado que se trata de experiencias sensoriales nuevas. No obstante, sí puedo entrar en un poco más de detalle sobre lo necesario para sentarnos bien en una silla.
En resumen, sólo hacen falta dos cosas: una silla razonable y, más importante, que seamos capaces de sentarnos bien en ella. Vamos por partes.
Con una silla razonable quiero decir que, dentro de unos límites, casi cualquier silla vale. Una silla ideal tendría el asiento horizontal, es decir, que no se incline ni para atrás ni para adelante. Como no hay apenas movimiento en la articulación sacro-pelviana, cualquier inclinación de la pelvis desvía la columna, y por lo tanto, interfiere con nuestra capacidad de mantenernos erguidos. En cuanto a la altura, conviene que toda la planta de los pies llega fácilmente al suelo y, a su vez, las rodillas no están notablemente más altas que la articulación de la cadera. Que el asiento sea más o menos firme también es una buena idea. No hace falta nada más. Cuando podemos elegir, este es el tipo de silla que deberíamos buscar, especialmente si sabemos que vamos a estar sentado durante mucho tiempo.
No obstante, a menudo la vida real nos presenta con sillas que distan en mayor o menor grado de este ideal. Por eso, lo más importante es que seamos capaces de sentarnos bien, de adaptarnos lo mejor posible a la silla en cuestión. Por mucho que algunos anuncios digan lo contrario, no hay silla posible que impida que nos sentemos mal en ella. Por eso, aún con las mejores sillas, lo que hacemos sobre ella sigue siendo el factor más importante. Puede ayudar cambiar de silla pero no tanto como cambiarnos a nosotros mismos.
¿Por qué digo que hemos de ser ‘capaces’ de sentarnos bien? Se decepcionarán los que esperaban que revelara una postura mágica que, una vez aprendida, convertiría sentarse en tarea fácil. La buena postura no es una posición fija, sino algo que se renueve constantemente. Depende de una coordinación fina, una coordinación que la mayoría de los adultos han perdido. Muchos achacan su incapacidad de sentarse bien a que padecen ‘mala postura’, como si fuera una especie de defecto de fábrica, algo fuera de sus manos. Esta actitud, aunque comprensible —todos sus intentos de corregir su postura han fracasado— revela una ignorancia sobre el papel que ellos mismos han jugado para llegar al estado en el que se encuentran. Su mala postura es un hábito que han desarrollando, un hábito que con el tiempo ha ido minando su capacidad de hacer otra cosa porque su mecanismo postural se atrofia al no usarse correctamente.
Aunque esto pueda parecer deprimente (no sólo estoy mal, ¡es culpa mía!), es, de hecho, una buena noticia. Si el problema no es ajeno a nosotros, tampoco será la solución.
Aquí es donde entra la Técnica Alexander. Recuperar el buen funcionamiento del mecanismo postural requiere entrenamiento, aunque no en el sentido en que se suele entender esta palabra. Uno no puede simplemente entrenarse a ‘aguantar’ más tiempo sentado: no es cuestión de aguante o de fuerza, ni mucho menos de fuerza de voluntad. Si sentarnos ‘recto’ nos supone un gran esfuerzo, es que lo estamos haciendo de forma ineficaz. Indica que nos falta la coordinación necesaria para llevarlo a cabo con éxito. La Técnica nos ayuda a recuperar esta buena coordinación, estimulando y, con práctica, consolidándola. Lo consigue de dos maneras: primero, una reeducación, un cambio de ideas y actitudes que proporciona una comprensión de los pasos necesarios y, segundo, un re-acondicionamiento del sistema neuro-muscular para que nuestro cuerpo sea capaz de responder de forma eficaz a nuestros deseos.
Reconozco que esto no es la solución fácil que muchos buscan. Requiere tiempo y aplicación. No obstante, soluciones fáciles no hay —por eso no las encontramos—. Que haya una solución significa que tenemos dos opciones: lamentar que no haya una solución fácil o poner manos a la obra.
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