Una dificultad que tienen muchos de mis alumnos cuando empiezan las clases de Técnica Alexander es creer que pueden conseguir cambios con “sólo pensar”. Están convencidos de que tienen que “hacer algo”. Hace tiempo pensé en una analogía que me parece muy útil respecto a este problema.
Supongamos, por ejemplo, que estoy en casa con cosas que hacer, es muy tarde y los demás están durmiendo. No quiero molestar ni despertarles. Mi intención, entonces, es clara: quiero hacer mis cosas de forma silenciosa. La actividad en sí no es diferente, se trata de algo que he hecho mil veces, sólo la manera de llevarla a cabo. Ahora bien, ¿Qué es lo que tengo que hacer para realizar esta intención, para hacer mis cosas de esta forma nueva? Pues nada, no tengo que hacer nada; nada más que mantener en mente mi deseo de estar silencioso.
Me he propuesto cambiar un aspecto de mi hacer en el cual no suelo prestar mucha atención. ¿Cuanto ruido suelo hacer? Ni idea, no es algo que me ha interesado antes. Si no pienso en ello, haré el ruido habitual, probablemente sin darme cuenta de ello. No obstante, si me obsesiono con la idea, si intento esforzarme a estar silencioso, si me preocupo, si intento “hacer” algo para estar silencioso, lo más probable es que —y estoy seguro de que todos hemos experimentado esto— la ansiedad misma me vuelva torpe. Tropiezo con y tiro todo.
En cambio, si simplemente mantengo presente el deseo de hacer lo que tengo que hacer en silencio, de forma automática estaré consciente del ruido que estoy haciendo y haré los ajustes necesarios, sin esfuerzo aparente, sin sensación de haber hecho nada. No hay duda de que seguiré “haciendo cosas” —por eso estoy levantado tan tarde— pero no tengo que “hacer” el silencio. El deseo mismo es suficiente para que haya un cambio en mi comportamiento. Ni siquiera es necesario que esté consciente de las diferencias entre lo que estoy haciendo y lo que haría normalmente. Es decir, consigo el cambio con “sólo pensar”. Es una cuestión de deseo y consciencia.
Deja una respuesta