Es común que la gente empiece a tomar clases de la Técnica Alexander por una cuestión de dolor —del cuello, la espalda, una cadera, etc.— y por este motivo, es importante que entienda qué es la Técnica, cómo funciona y qué pretende conseguir. Por raro que pueda sonar al principio, desde el punto de vista del profesor, el propósito de una clase de la Técnica Alexander no es quitar el dolor del que padece el alumno, sino enseñarle la Técnica Alexander y ayudarle ponerla en práctica. Y el éxito de las clases depende de que el alumno tenga, en lo que a las clases se refiere, este mismo propósito.
Cuando me llega un alumno nuevo que padece de dolor, procuro que él tenga esto muy claro. Le explico que, a nivel profesional, no me interesa mucho su dolor, por mucho que me pueda importar a nivel personal. Es decir, durante las clases, voy a comprobar cómo va su aprendizaje en lugar de si lo que estamos haciendo aumente o disminuya su dolor. Un constante ‘¿esto te duele más o te duele menos?’ no serviría de nada. Esto es algo que el alumno podría hacer solo, y probablemente ya hace de forma instintiva.
Es muy probable, de hecho, que este tipo de enfoque haya contribuido a su problema. Un apaño puntual, algo que disminuya el dolor a corto plazo, puede dar lugar a problemas más tarde. Algo que sirve a corto plazo como una solución para el dolor de una parte específica puede dañar otras partes a largo plazo. El peligro es que la solución puntual puede convertirse fácilmente en algo habitual.
Así que mi criterio para juzgar el éxito de las clases es otro. Algo más objetivo que el notoriamente caprichoso dolor, y más amplio de miras. Globalmente, ¿el alumno está más ligero o más pesado?, ¿está más móvil o más fijo?, ¿tiende a alargar y expandir el cuerpo o comprimirlo?, ¿tiene un tono muscular adecuado y equilibrado en todo el cuerpo o más bien un tono muscular desigual, en algunas partes rígido y en otros flácido? Es decir, vigilo el efecto global que tenga en el alumno lo que estamos haciendo en lugar de centrarme en la parte que le duele. Con este criterio en mente, puedo valorar el avance de las clases porque puedo ver si el alumno está poniendo en práctica lo que le he enseñado; y esto es, después de todo, el porqué de las clases.
Que el dolor del alumno disminuya o desaparezca del todo como resultado de poner en práctica lo aprendido es muy probable —a menudo después de muy pocas clases—. La razón es sencilla: casi todos los cuadros de dolor están exacerbados si no causados por una mala gestión corporal y esto es precisamente lo que la Técnica pretende mejorar. El alumno consigue lo que quería, alivio del dolor, pero lo consigue por medio de un proceso razonado, no la búsqueda ciega de un alivio inmediato del dolor.
De esta forma, la mejora es duradera y no le acarreará problemas en el futuro.
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