Caminar siempre me ha parecido una actividad que proporciona muchas oportunidades para explorar y experimentar con (y con un poco de suerte, entender) los conceptos de la Técnica Alexander. Es una actividad que, en principio, no requiere mucho pensamiento, lo cual nos deja libres para poner nuestra atención en otras cosas, probar cosas nuevas, y evaluar los resultados.
He contado en otra ocasión cómo descubrí de forma práctica el significado de la inhibición, o más precisamente, qué es lo que uno tiene que inhibir. Hoy pensaba contaros sobre el día que entendí lo importante que es la inhibición —global por definición— para poder conseguir un cambio específico.
En aquel momento, también estaba caminado. Iba de camino a mi casa desde no me acuerdo dónde, pero esto no tiene importancia. Lo importante es que me di cuenta de que, una vez más, iba por la calle mirando el suelo en lugar de mirar hacia delante. Es algo que llevaba tiempo intentando cambiar. En mis clases de la Técnica había experimentado el efecto negativo que este hábito tenía para todo el cuerpo —tendía a arrastrar todo hacia abajo— y la gran diferencia cuando miraba hacia delante, hacia dónde pretendía ir.
Ahora bien, hasta entonces mis intentos de cambiar este hábito fueron en la misma línea de lo que casi cualquiera haría en este tipo de situación: intentaba hacer lo correcto. Si lo correcto es mirar hacia delante, pues voy a mirar hacia delante. Siempre me encontraba al poco mirando hacia el suelo de nuevo en lugar de hacia delante como había decidido. Solía concluir que, por tanto, que hacía falta que me concentrara más. Después de renovar mi deseo de cambio y poner más empeño en llevarlo a cabo, para mi gran frustración, siempre me encontraba —¡una vez más!—mirando al suelo.
Durante mucho tiempo pensé que el problema será que yo tuviera o poca capacidad de concentración o poca fuerza de voluntad (¡o las dos cosas!) ¡Qué había de difícil en decidir dónde pensaba mirar al caminar y luego mirar ahí! Mi incapacidad de hacer algo que parecía tan sencillo me generaba mucha ansiedad. Así que, turnaba entre intentar esforzarme aún más y darme por aludido.
No obstante, al caminar a mi casa aquella tarde, tuve una revelación. No me faltaba facultades mentales, sino había entendido mal la naturaleza del problema. Todos mis intentos para cambiar este hábito hasta el momento se basaban en la creencia, o más bien el supuesto —no había pensado en ello para nada—, de que se trataba de un hábito de los ojos, y por lo tanto, podía cambiar lo de los ojos sin tener en cuenta nada más. ¡Sólo hacía falta saber lo que quería hacer con los ojos y hacerlo! De repente me di cuenta de que, más bien, esta instancia de mirar hacia abajo formaba parte de un hábito mucho más grande: mi forma habitual de caminar. Por eso mi fracaso continuo. Sería muy difícil, si no imposible, cambiar sólo un aspecto de un hábito sin abordar el todo. Ya entendí el problema: no había tenido claro lo que hiciera falta inhibir. De hecho, ni siquiera había tenido claro que hiciera falta inhibir. Había saltado por completo este paso porque el problema me había parecido tan sencillo. Había estado intentando conseguir un cambio específico de forma directa. Es decir, End-gaining puro y duro.
Armado con mi revelación, decidí inhibir mi forma habitual de caminar. Lo increíble era que, en cuanto lo hice, me encontraba mirando hacia delante sin haber pensado el ello. No hacía falta un esfuerzo especial. No hacía falta concentrarme, no hacía falta fuerza de voluntad. De golpe desapareció la frustración y el auto-castigo. Estaba por fin, caminado felizmente por la calle mirando hacia delante. La solución era sí era fácil, pero no era la que me había imaginado. No sólo había entendido algo clave de la Técnica, vi muchas cosas aquella tarde en las que nunca me había fijado antes.
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