Esta entrada trata sobre todo de Madrid, precisamente el Metro de Madrid, aunque seguramente lo que no vivís aquí habréis visto cosas muy parecidas.
Cuando llegué a esta ciudad, hace ya muchos años, había cosas que me llamaban la atención o que me sorprendieron. Incluso algunas cosas que me perturbaban. Cualquiera que se haya cambiado de país, o incluso de ciudad, sabrá de qué hablo. No obstante, con el tiempo me fui acostumbrando a mi nueva cuidad hasta tal punto que muchas de las cosas que antes me parecían tan extrañas ya me resultan normales.
No obstante, hay una cosa que todavía me choca: ¡la histeria generalizada en el Metro!
Esta histeria se manifiesta en, por ejemplo, la manera en que la gente se echa a correr para coger un tren cuando el siguiente llega en tres minutos. Estoy dispuesto a aceptar que alguno realmente tiene prisa, que estos tres minutos van a tener una repercusión real en su día. Pero, ¿todos? No me lo creo. ¿Por qué corren como si su vida dependía de ello? También se la aprecia en la manera en que pelean para subir al vagón. Pero, sin lugar a dudas, el ejemplo más cantoso es la forma en que se preparan para bajar del tren.
Como regla general, nada más salir de una estación, los que desean bajar en la siguiente ya se están poniendo nerviosos. Empujan hacia la puerta y preguntan angustiados a todo que se encuentra por su camino si pretenden salir o no. Los que llegan a la puerta empiezan a darle al botón o a la palanca que abrirá la puerta antes de que el tren ha parado e incluso antes de que el tren ha llegado a la estación.
Lo habéis visto, ¿no?
Uno podría pensar que hubo una película tipo La cabina, que trataba de un vagón de Metro en lugar de una cabina de teléfono, que haya traumatizado, y mucho, al pueblo madrileño, pero la verdad es lo que tenemos aquí es una falta de lo que en la Técnica Alexander llamamos “Inhibición”: la capacidad de negarte a reaccionar y así darte tiempo para elegir la acción más apropiada.
Puede que algunos de vosotros os identifiquéis con este comportamiento y estáis diciendo: “Pero si no hago esto puede que no me da tiempo a salir”. Si este es el caso, me estáis dando la razón, ya que este es un razonamiento totalmente infundado. Nadie puede salir hasta que se abra la puerta, la puerta no se abra hasta que haya parado el tren, y no estamos hablando de largas distancias.
Para enfrentar esta situación, he intentado de todo: Contestar amablemente — “Sí, voy a salir”; contestar con sarcasmo — “Sí, voy a salir, junto con todos que estáis empujando”; aprovechar de mi aspecto de guiri y hacer que no entiendo lo que me están diciendo. Sin embargo, me he dado cuenta de que no sirve de nada.
Así que he decidido empezar una pequeña revolución con mi propio ejemplo. Cuando tengo que bajar, me niego a reaccionar hasta que el tren haya parado. Incluso si estoy sentado y el vagón está lleno, no hago nada —ni recoger mis cosas— hasta que el tren haya parado. Os juro que siempre consigo salir, con mucho tiempo de sobra y sin agobios.
¿Quién más se apunta?
Os aviso, cuando todos a tu alrededor están histéricos, requiere bastante control para no juntarte a ellos. No obstante, la otra cara de la moneda es que esto es una oportunidad muy buena para poner en práctica un poco de Inhibición.
Juntos podemos cambiar el mundo. El siguiente paso, ¡hacer algo sobre el uso del claxon!
Deja una respuesta