Esta es la tercera entrega de una serie sobre las direcciones.
En esta entrega, he decidido hablar un poco más sobre la prevención, ya que se insiste mucho en que las direcciones son ‘ideas preventivas’ y es muy fácil liarnos si no pararnos a pensar en lo que esto significa realmente.
Para mucha gente, es muy confuso que hay una dirección como, por ejemplo, “dejar que la cabeza vaya hacia delante y hacia arriba”, cuando a su vez se insiste que no debemos ‘hacer’ nada para conseguirla. Ante esta confusión, una explicación común es que se trata de una ‘idea preventiva’: lo que nos estamos diciendo realmente es que no queremos que la cabeza vaya ni hacia atrás ni hacia abajo, hay que evitar que esto suceda.
Pues bien, si no queremos que la cabeza vaya ni hacia atrás ni hacia abajo, ¿por qué no lo expresamos así?
La verdad es que a menudo ayuda pensar en estos términos. Explica en gran parte cómo conseguir lo que se pretende.
Aquí está la quid de la cuestión. La dirección es “dejar que la cabeza vaya hacia delante y hacia arriba” porque esto es lo que queremos que suceda. Si todo va bien, esto es lo que va a suceder. Surge el tema de las ideas preventiva porque, una vez que hemos establecido lo que queremos, hay que tener claro cómo se consigue: por medio de no interferir con el proceso natural que lleva, en este caso en concreto, la cabeza hacia delante y hacia arriba y que ya estaría llevando la cabeza hacia delante y hacia arriba si no estuviéramos interfiriendo con dicho proceso.
Así que, conseguimos lo que queremos por medio de un proceso indirecto, de prevención.
Otro punto de confusión es que, para muchos, decidir lo que queremos pero no hacer nada para conseguirlo no suena como suficiente para conseguir nada. Suena más bien como inútil, una perdida de tiempo. No obstante, darnos una dirección es muy diferente a no darla.


Para empezar, conciencia de la necesidad de algo, o la necesidad de evitar algo, cambia el resultado de lo que estamos haciendo sin que tengamos que hacer nada. Todos hemos experimentado esto en otras esferas de actividad. Por ejemplo, si tenemos conciencia de la inestabilidad de un objeto, al intentar cambiarlo de sitio, si empieza a desequilibrarse nos daremos cuenta enseguida debido a esta conciencia. Estaremos al tanto (atentos) y podremos tomar medidas para evitar que se caiga. Si por el contrario, no comenzamos con esta conciencia, es muy fácil que el objeto se nos caiga antes de que nos hemos dado ni cuenta de que se estaba desequilibrando. No es necesario que hagamos nada diferente, tampoco tenemos que concentrarnos. La mera conciencia de posibles problemas nos mantiene en alerta de forma automática.
Lo mismo podemos decir en cuanto a la dirección de nosotros mismos. Si tenemos conciencia de que la cabeza ha de ir hacia delante y hacia arriba, es mucho menos probable que hagamos lo contrario. Como mínimo, sería difícil tirarla hacia atrás y hacia abajo sin darnos cuenta. No darnos la dirección es ni pensar en lo que queremos y lo que no queremos, no tener ninguna claridad sobre el resultado que estamos buscando o los posibles problemas que pudieran surgir.
Además, darnos una dirección es muy diferente a sólo decir las palabras. Cuando nos damos una dirección, estamos deseando que algo ocurra, y es precisamente este deseo lo que produce la ‘energía necesaria’ que hay que ‘conducir’ a las partes apropiados de nuestro cuerpo, en palabra de Alexander.
Gran parte de la confusión surge porque no tenemos en cuenta los mecanismos automáticos del cuerpo. Con darnos direcciones, estamos pidiendo que se restablezca lo natural, no estamos intentado construir algo nuevo. Desear que nos brote alas por la espalda no es dirigirnos ya que esto no es una función natural y automático de nuestro cuerpo. Las direcciones tampoco son cuestión de magia. Me puedo dirigir a mi mismo porque mi sistema nervioso está enganchado en mi mismo. No puedo dirigir a la gente que estoy viendo pasar por la calle en este momento por la ventana de mi salón porque este enlace no existe.
Para terminar, una analogía con el personal de mantenimiento podría ser útil. Cuando llevamos el coche a un mecánico para una revisión, su trabajo no consiste en comprobar que toda esté bien, sino de buscar el primer indicio de que algo vaya mal, para poder así tomar medidas para corregirlo a tiempo. Las direcciones nos permiten a convertimos en personal de mantenimiento del uso que hacemos de nosotros mismos.
Deja una respuesta