El cambio implica llevar a cabo una actividad contraria a la costumbre de toda la vida.
(Change involves carrying out an activity against the habit of life).
Este aforismo corto y aparentemente sencillo llega al grano del problema ante el cual nos encontramos. Cuando no intentamos cambiar, el cambio parece fácil: decido lo que quiero cambiar y lo cambio. En la práctica, el cambio puede llegar a ser sorprendentemente difícil. ¿Por qué?
Hace muchos años, cuando fui un joven alumno de guitarra, oía a menudo el consejo de que debería tener muchísimo cuidado de no desarrollar malos hábitos porque, una vez establecidos, es casi imposible quitarlos. Me acuerdo pensando —¡qué tontería! ¿Por qué va a ser más difícil aprender a cambiar algo que aprender cualquier otra cosa?
Este razonamiento mío fue fruto de, digamos, una filosofía de sillón. No fue el resultado de mi observación, experiencia y reflexión, sino más bien, mi falta de ella. Unos años más tarde, cuando estaba intentando quitarme el hábito de agarrar la guitarra con tanta fuerza mientras tocaba como si me la estaban intentando quitar, vi que, en efecto, no era tan fácil como había imaginado.
Los Hábitos
El problema con los hábitos es precisamente su familiaridad. Por sernos tan familiares, nos parecen normales, correctos e incluso necesarios. Como nos son tan familiares, dejamos de cuestionarlos. Se convierten en automatismos que pasan desapercibidos. Como regla general, no volvemos a pensar en ellos hasta que nos están causando un problema importante (¡normalmente dolor!)
Estos automatismos son una parte normal de cómo funciona nuestro cerebro. Facilita mucho la realización de nuestras tareas cotidianas el no tener que pensar en los detalles una vez aprendidos. Sólo llega a ser un problema cuando aprendemos una forma ineficaz o dañina de hacer algo.
Alexander hablaba a menudo sobre la Apreciación Sensorial Defectuosa. Desafortunadamente, se le escapa su importancia a mucha gente porque han interpretado erróneamente que se refería simplemente a nuestro sentido de la sensación. Lo que Alexander descubrió fue que, por culpa de nuestros hábitos, no sólo nuestra percepción de lo que estamos haciendo se desvirtúe, sino también nuestra concepción de lo que podemos y lo que deberíamos hacer.
Así que, cuando deseamos cambiar nuestra forma de hacer algo o de reaccionar ante una situación concreta, lo que nos estamos pidiendo es que hagamos algo sin hacer lo que sentimos (muy profundamente) como necesario para poder hacerlo. Dicho así, el conflicto es muy aparente. Cuando sentimos nuestros patrones dañinos de movimiento habituales son necesarios, ¡difícilmente los vamos a abandonar!
Cómo cambiar
La solución que Alexander descubrió fue lo que él denominó la Inhibición. Se trata de negarse a reaccionar inmediatamente ante la idea de hacer algo, para darte tiempo para decidir lo que quieres hacer (que podría ser no hacer nada). De esta forma, cortamos los automatismos de raíz y nos damos la posibilidad de hacer otra cosa.
Una protesta común a esta propuesta, de hecho es una crítica que recibió el mismo Alexander, es que el cambio que conseguimos también se volverá habitual, y si los hábitos son malos, pues no hemos conseguido nada. La respuesta es fácil: los hábitos non son malos en sí. Cuando decimos que un hábito es malo, no estamos haciendo una valoración moral abstracta, sino nos referimos a sus efectos perjudiciales reales. Como dije antes, la formación de automatismos es una parte normal de cómo funciona nuestro cerebro.
Así que, para empezar, la propuesta de Alexander es para cambiar cosas que nos perjudican (o que también deseamos cambiar por el motivo que sea). Y una diferencia importante en cuanto al modo en que establecemos el nuevo hábito es que lo elegimos, por medio de un proceso que nos permitirá a volver a cambiarlo en el caso de que surja la necesidad (o el deseo).
La costumbre de toda la vida
Otra lectura de este aforismo sería contemplar “la costumbre de toda la vida” en su sentido general en lugar de en el rango de una actividad concreta. Me refiero a la costumbre de no prestar atención al modo en que aprendamos nuevas actividades, sobre todo al efecto general que está teniendo en el cuerpo.
Lo que propone Alexander supone un planteamiento radicalmente distinto al que hemos utilizado hasta el momento. No sólo podemos corregir patrones de movimiento dañinos que hemos adquirido sin darnos cuenta, sino también, evitar acumular más.
Requiere algo de atención y esfuerzo, pero me parece un trato muy razonable.
Deja una respuesta