He hablado en otras ocasiones sobre la importancia de entender que la Técnica Alexander no un tratamiento como tal —por mucho que pueda tener efectos terapéuticos— sino algo que se aprende y algo que hay que poner en práctica para realmente beneficiarse de ella. Hoy he pensado que podría hablar un poco sobre la actitud mental necesaria ante el proceso mismo del aprendizaje.
La palabra ‘proceso’ implica un elemento de tiempo. No se aprende la Técnica Alexander de un momento a otro. Tampoco llegar al punto de poder ponerla en práctica en todos los ámbitos de nuestra vida. Así que, es un error grande esperar que captemos la Técnica en toda su profundidad a la primera. Peor aún es creer que lo hemos hecho.
Si volvemos a la analogía con aprender a tocar un instrumento musical, aprender a hacer algo (a diferencia de simplemente recordar información) requiere experiencia y reflexión sobre esa experiencia. Por muy listo que sea, por muy habilidosa que sea, nadie aprende a tocar el piano de forma instantánea. Es un proceso de acumulación de habilidad, de desarrollar las destrezas y comprensión necesarias poco a poco.
Me acuerdo de una alumna que había tomado algunas clases con otro profesor bastante tiempo antes de venir a tomar una primera clase conmigo. Durante la clase estaba haciendo unas cosas extrañísimas, con un empeño alucinante. Realmente llamaban la atención. Cuando empecé a sugerir algunos cambios, me contestó:
—Pero mi otro profesor me dijo que lo hiciera así. ¡Estoy haciendo lo que me ha enseñado!
Tuve la suerte de conocer bien a su profesor anterior y su forma de trabajar. Sabía sin lugar a dudas que no le habían enseñado hacer lo que estaba haciendo. No obstante, el problema principal no era lo que le habían enseñando, sino su actitud ante la enseñanza. El problema era cómo creía, no los detalles de lo que ella creía que debería hacer. Se consideraba inteligente, lo cual era cierto, pero tenía la idea de que como ya había aprendido ‘lo correcto’, no hacía falta volver a reflexionar sobre ello. Estaba realmente ofendida de que había puesto en duda su control de la Técnica Alexander. Sentía que yo había puesto en duda su inteligencia.
Hay muchos motivos por el cual esta actitud está mal encaminada.
Puede que acordamos mal lo que nos enseñaron o no entendimos bien lo que nos dijeron. Incluso de una semana a otra. Nuestra memoria puede (¡suele!) fallarnos, sobre todo cuando se trata de información y experiencias nuevas. Podemos empezar a desviarnos sutilmente y, con el paso del tiempo, quedamos cada vez más alejados de lo que nos habían enseñado. Otra posibilidad es que por la fuerza del hábito, simplemente volvemos a nuestra comprensión anterior (o falta de ella), sin darnos cuenta, y confundamos nuestras ideas con las del profesor.
También es posible que entendimos bien, intelectualmente, lo que nos enseñaron, pero no lo estamos poniendo en práctica, o incluso, estamos haciendo otra cosa aunque creemos que estamos haciendo lo que nos enseñaron. Recordar lo que nos dijeron no equivale a entender nada en un sentido práctico. Hay que hacer el esfuerzo de asimilar de verdad la información por medio de la experiencia. Comprender lo hemos experimentado es muy diferente de poder repetir lo que nos han dicho.
Por último, a medida que vayamos avanzando con la Técnica, nuestros profesores nos exigen cada vez más en las clases. Lo ‘correcto’ de la semana pasada no será suficiente esta semana. Es decir, ‘lo correcto’ es relativo. Cuando un profesor de Piano le dice a su alumno de cinco años «muy bien», no está diciendo ‘así lo hacen los mejores pianistas, quiero que lo hagas así siempre’, pero tampoco le está mintiendo. Se entiende que aprender a tocar el Piano es un proceso y hay que partir desde dónde está uno. Lo que ha conseguido el niño es cuestión es un paso en la dirección correcta, pero obviamente no ha llegado al destino final.
Desde luego, me ha pasado muchas veces que, debido a una experiencia nueva, entiendo —o entiendo mejor— algo que mis profesores me dijeron hace mucho tiempo. A menudo es algo que creía que ya había entendido, y es siempre una sorpresa grata. Así que la moraleja es que hay que siempre estar abierto a la posibilidad de mejorar un poco más, de comprender un poco mejor, y no agarrarnos a nuestra comprensión actual.
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